No se oye ningún
despertador. Para despertarse a las 14:00 horas no hace falta. Gira
sobre su cuerpo y estira los brazos hacia los reposabrazos de la
silla de ruedas que está pegada al lado derecho de la cama. En el
aire coloca su cuerpo mientras se gira para encajar sus glúteos en
la silla mientras esquiva los reposapies. Cuando está sentado los
cierra. Hace rodar las ruedas sintiendo sus brazos después de unas
doce horas de sueño. Va al lavabo y se echa un poco de agua en la
cara. Después se dirige al ascensor que está al otro lado de su
habitación. En la planta baja aparca en el comedor. Enciende la
tele sólo para asegurarse que no ha ocurrido otro 11-S y la vuelve a
apagar. Coge su guitarra. La guitarra que tiene en el salón. Tocando
no olvida que tres de sus dedos de la mano derecha no pueden abrirse
y rasgar las cuerdas. Aunque le baste con dos. Sus rodillas se
golpean una y otra vez dentro de la silla mientras toca. Dentro de
esa silla hay más movimiento que en muchas personas enteras. Su
cuerpo se revuelve. Grita y habla. Canta. Aunque el dolor no se vaya.
Ni las facturas de los hospitales que ascienden a unos 70.000
dólares. Es 25 de Diciembre y Jesucristo no ha vuelto con ningún regalo. Suelta la guitarra y se va al
porche trasero. Allí coge otra guitarra. La guitarra del porche
trasero. Y canta a la sombra sobre la madera americana. Lejos de las
miradas de la gente en el porche delantero. Y así todo lo que tiene
que decir se dice. Dos horas después está en el hospital en
coma por una dosis letal de relajantes musculares. Y al cabo de otras
horas ya no habrá más preocupación por las facturas médicas. Sólo
quedó una: “Decídselo a Kristin”.
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