Los hay que buscan un árbol, un árbol
al lado de una poza, en las afueras de la ciudad, lo normal es que lo
encuentren a los dos o tres días, el cuerpo digo, no el árbol;
otros eligen un árbol dentro de un parque infantil, es encontrado el
mismo día, el cuerpo, claro, por la mañana temprano. Los hay que
prefieren la barra de las cortinas, usando el cordel de las persianas
o incluso el cable de alimentación de una radio. Los hay que se
suben en una silla de salón elegante, o los que se suben a una
piedra no más. Los que se parten el cuello al instante y los que se
ahogan durante minutos. Los valientes o los cobardes. Los tozudos o
los arrepentidos del último suspiro. Los hay que atan una cuerda a
un balcón exterior y saltan hacia delante, adornando la fachada de
un edificio; esos son los que quieren dejar un mensaje, los que
quieren una muerte como su paso por la vida prefieren las cocheras
cerradas o las casas de campo. Los culpables en la Ciudad del Sol se
ahorcaban sobre una gran columna. Pero eso era en la Civitas Solis.
Ahora, los ahorcados no son condenados por nadie, aparentemente, sólo
por ellos mismos. Pero todos sabemos que el primer Sol de la
primavera es el verdadero asesino. El verdadero juez de nuestros
delitos y nuestros miedos. Que llega pidiendo con ansiedad sus
sacrificios. Su alimento. En dos semanas ha tenido dos. ¿Cuántos
más no soportarán el rayo? ¿Cuántos llegarán al siguiente
invierno vivos después de la flama de muerte de esta ciudad?.
¿Cuántos conseguirán dormir el dolor antes de la nueva primavera y
la vuelta de nuestro Dios? ¿Cuántos árboles quedarán después de
este largo verano?
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