lunes, 19 de mayo de 2014

Pensiones


En una de la calle Escudellers. Sitiada de chulos. De paquistaníes o Indios. De Yonquis. Con el olor del primer orín. De la saliva seca. Asfixiado por la humedad. Que me seca por dentro. Los pasos fuera de la habitación son un ritual. Entran en mi cabeza como tambores golpeados por huesos. Las prostitutas gritan como brujas. Todo es sucio en la habitación. Los desconchones de la pared muestran las caras de la muerte y el tiempo. Todo es sucio. Yo soy lo más sucio a cualquier hora del día. Con esta piel grisácea llena de humo. Que se extiende sobre su propia caída. Oyendo el sonido de los huesos rotos con los que trabajarán mi cuero después de caer bajo el hacha del primer hueso. No quiero una caja cualquiera, quiero un sarcófago. En el que salir de esta habitación. En una procesión de fluidos y chismes. De no nacidos. Pringosos. Una procesión eterna. Que sólo es una pensión más.





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