Una mañana miré al
Sol directamente. Mis ojos se cegaron. Una costra dura e ingrata
cubrió mis ojos. Durante algunos años este fue mi rostro. Un rostro
duro e inerte. Una mañana miré al Sol directamente. La costra de
mis ojos se deshizo. Y ya no estaba enfermo de dialéctica. Y ya no
estaba enfermo de fonética. Habitaba en el silencioso vacío de la
nada, la nada llena de comienzo y fin. Con mi cuerpo recitando pausa.
Mis ojos se abrieron para sonreír sólo a los animales que sabían
que lo eran. Para no mirar la no vida. Del enfermo vivo. Del enfermo
muerto. Mis ojos se abrieron y os vieron. Caminar entre vosotros,
rodeados. Y ahora miro al Sol directamente. Destruyéndome.
Alimentándome. Directamente.
domingo, 28 de agosto de 2016
martes, 23 de agosto de 2016
Zambujeira Do Mar, Agosto 2016.
Al
tercer porro tengo la convicción estúpida y tardía de que no
llegaré a nada en el mundo de la literatura sino soy capaz de
escribir más de diez minutos seguidos. En todos estos años ni
siquiera he terminado un capítulo de todas las novelas que empecé.
El impulso con el que escribo un poema es inútil ante la
idea de una novela. El pase al Olimpo de los escritores. El ser
recordado es el invento del hombre para creer que puede vencer a la
naturaleza. Después de esta novela me ganaré el derecho. Después
de muerto me recordarán. Incluso ganaré más dinero muerto que
vivo. Pero para ello tengo que desarrollar una voluntad de la que
carezco. O vencer un miedo desconocido. Habrá que corregir,
reescribir, revisar, pulir...cuántas cosas tendré que hacer. A
cuántas cosas renunciar o vencer. Destruir mi cabeza, destruir mis
dedos. Convertirme en un ente no corpóreo. Y escribir, escribir.
Escribir cientos de hojas. Quizás 800, 1000 páginas con un aire a
revuelo clásico disfrazado de no se qué. Seguramente hablaré de
cine, y usaré estúpidos símiles. Sobre mujeres, compañeras y
salvadoras. Enfermos de la razón que encontré por diferentes
caminos de cuales y quienes huí. Enfermos de tanta alienación de
los que también huí. De la opresión y lo opresivo. Del control de
natalidad. De los espíritus muertos que aparecen y de los que nunca
vuelven. Del amor y de la muerte. De la revolución y la nada. De
aquellos que me hicieron. De aquello que me ha creado y moldeado. De
la violencia y los carteles inmobiliarios. Del pueblo y la ciudad. De
carreteras y kilómetros, solo y vigilado. De los rezos y los golpes.
De los que quemaría sus libros (y a ellos). Vargas Llosa, Savater,
Sanchez Dragó, el académico reportero Arturo Pérez Reverte. De lo
silencioso, y los valientes. De las bombas del imperialismo. Del muro
de la intelectualidad. De la necesidad como virtud revolucionaria. De
las batallas perdidas. De los que nunca ganaremos. Del paraíso
explosionado. De la búsqueda de agua por el desierto, entre huesos y
carroña. De la inteligencia artificial y la estupidez y la muerte y
la desdicha. 800, 1000 páginas de todo y nada. De mi y de vosotros.
De generaciones muertas y vivas. La elipsis y el bucle del universo.
De la muerte del Sol y el último oso. Una novela, sólo una novela.
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