Ha
vuelto la muela del juicio. La última de las cuatro que me quedaba
en las encías. Ha vuelto como es costumbre, empujando, inflamándolo
todo con fuerza. Como huyendo. Una jodida muela, de qué huye una
jodida muela. O qué es lo que quiere. Qué es lo que busca con tanto
desgarro. No sé por qué la llaman del “juicio”. Ni lo voy a
buscar en google. Me gusta creer que es algo que me pertenece. Que el
único juicio que existe es el de nuestro cuerpo, el de nuestra
mente. El de nuestra naturaleza. Ningún hombre podrá juzgarme.
Ningún hombre tiene el consentimiento. Ahora sólo tengo que esperar
este profundo juicio propio. Esperar a que asome siquiera un pico de
esa muela. De la última muela. Porque por mucho que empuje no hay
sitio para ella en mis encías. Y cuando asome creyéndose vencedora
mi dentadura la detendrá. Y tendré que volver al dentista como ya
hice con las otras tres. Y rajarme toda la encía para poder sacar
esta muela tan contundente, profunda. Enorme y magnífica que no
sirve para nada. Sólo para recordarte el único juicio. Y que con
aquellos que se quieran apropiar de la competencia...sólo hay una
cosa que hacer: acabar con ellos. Unos cuántos puntos lo arreglan
todo.